¿Y si nuestra percepción y expectativas fueran, en gran parte, responsables de las actitudes y conductas de los demás?
Hoy por hoy, aún no somos conscientes de los efectos que nuestras percepciones, etiquetas, expectativas… tienen en los demás. Siempre buscamos motivos ajenos a nosotros para justificar las actuaciones de los demás. ¿Y si nuestra percepción y expectativas fueran, en gran parte, responsables de las actitudes y conductas de los demás? Al parecer, a este fenómeno se le conoce como “El efecto Pigmalión”. Las expectativas y las etiquetas que proyectamos sobre un niño pueden determinar su comportamiento y personalidad. Este efecto se estudió específicamente en las aulas, dentro de un estudio académico pero se puede extrapolar a cualquier situación cotidiana.
Pongamos un ejemplo práctico de la vida de nuestros hijos
Situémonos en el aula, por ejemplo. La profesora, realiza una prueba, un control. En esta prueba los alumnos obtienen distintas notas, entre ellas un alumno un 10 y otro alumno un 2. Inconscientemente esto genera unas expectativas en la profesora: el alumno del 10 probablemente sea brillante y el alumno del 2 probablemente no tenga grandes capacidades.
¿Cómo actúa en estos casos nuestro juicio? Nuestro juicio pretende cumplir, de manera inconsciente, nuestras propias expectativas. Por ello es sencillo que la profesora motive al alumno de 10 hacia nuevos retos, le proporcione material más estimulante, le premie y le felicite con mayor frecuencia mientras que al alumno de 2 no le exigirá más de lo que ella considera que puede dar (aunque no se corresponda con la realidad), se conformará con cualquier ejercicio o actividad realizada medianamente bien y no tratará de crearle una mayor estimulación e interés. Incluso si el alumno de 10 un día tiene una puntuación baja en cualquier actividad, la profesora buscará motivos ajenos a las capacidades alumno (cansancio, mal día, concentración) para justificar aquella nota. De la misma manera si un día el alumno 2 obtiene una puntuación alta, buscará motivos ajenos a las capacidades del alumno. Evidentemente estas herramientas que proporciona la profesora tiene un efecto directo en lo que a facilidades académicas se refiere pero, ¿qué hay de la autoestima? ¿qué hay de la percepción que tiene el alumno de 2?
El alumno de 2 se acostumbrará a recibir inputs que le hacen creer que su capacidad es menor a la del resto, su dificultad mayor y por tanto sus habilidades están en desventaja. Él te dará lo que esperas de él, la etiqueta que de manera inconsciente se ha colocado sobre el alumno 2, tendrá consecuencias en su propia percepción, consecuencias en sus actos y consecuencias en su forma de verse a sí mismo. Desde fuera es fácil identificar dicho fenómeno en la escuela pero se da en cualquier contexto o situación que podamos imaginar.
En tu trabajo también se dan este tipo de situaciones
En el trabajo es probable que a tu compañero le hayan felicitado un mayor número de veces que a ti, le hayan premiado con aumentos de sueldo, desayunos o cualquier otra bonificación a pesar de tu mismo considerar que hacíais el mismo trabajo. Aún pensando o sabiendo que el trabajo que hacéis es el mismo y que, por tanto, no hay motivo para tanta felicitación se crea una sensación extraña. Una sensación en la que sentimos que quizás no lo hacemos del todo bien y nos acostumbramos a este tipo de trato y por las reacciones o pensamientos de los demás (en este caso el jefe) decidimos adoptar dos posiciones: o intentar trabajar más para conseguir alcanzar al compañero o bien, pasar de mejorar dado que tampoco un gran esfuerzo comportará unas grandes consecuencias. Sea como fuere, cualquiera de estas dos conductas o decisiones muestran el poder que tienen las actitudes de los demás, las expectativas hacia la conducta ajena.
Incluso el lenguaje no verbal influye en el Efecto Pigmalión. En ocasiones hablamos más con el cuerpo que con el lenguaje verbal.
Una última situación: en casa. Vivimos con nuestra pareja, compañero, hijos, quien sea. Y esta persona nos explica que quiere volver a estudiar y que ha pensado en una carrera X. Ante esta situación tú piensas: no sé si va a ser capaz, no es muy constante, nunca se le han dado bien los estudios, etc. Y, ¿cómo actuarías? Es muy probable que ante estos pensamientos y, aunque no se expongan fríamente, demos un feedback basado en desconfianza. A veces y sin intención alguna de dañar a la otra persona tratamos de “cumplir” nuestras expectativas y hacerle ver a la otra persona que quizás no es lo más adecuado tomar esos estudios y proponemos vías alternativas. Con este tipo de actuaciones simplemente se consigue que la otra persona pueda, o bien iniciar los estudios de todos modos aunque con cierto temor o bien no de el paso. En ambas situaciones nuestra propia percepción o expectativas juegan un papel fundamental.
Por lo tanto, no siempre el rendimiento y motivación de los demás depende de ellos mismos y nosotros somos meros espectadores. Nuestra actitud, nuestras interacciones, que a priori podemos intentar que sean objetivas y no tengan ninguna intención que condicione a la otra persona, la tienen. Tienen un valor muy importante para la otra persona y es necesario remarcar que, a pesar de no exponerlas de manera directa y verbal, cualquier actitud o conducta (estimular más a una persona que a otra, premiar más a otra persona o intentar proponer nuevos planes a los que ya había formulado para su futuro) pueden tener importante impacto en el resto.